sábado, 23 de abril de 2011

Ozores, Esteso y Pajares

Si no mal calculo creo que hace ya más de quince años que conozco a este par de tíos. Dos personajes de lo más particular. Dos almas de lo más distinto. Dos espíritus de lo más alejado.

Sin embargo, una extraña pero firme conexión los une de un modo fascinante.

Y en medio estoy yo.

Este trío tan singular como ordinario no es caduco, transitorio, fugaz ni pasajero, provisorio, momentáneo o perecedero, como muchos quisieron pronosticar. Es indisoluble e inmortal, básicamente por un aspecto, se basa simplemente en la naturalidad. Porque una amistad tan vetusta sólo puede subsistir de tal manera.

A menudo escucho a personas que me cuentan cómo han destruido amistades de décadas por discusiones estúpidas o diversidad de opiniones subidas de tono que acaban con una invitación al sexo anal del lado menos apetecible, lo que vulgarmente se conoce como mandarte a tomar por culo. Y de este modo tan usual terminan para siempre y porque sí, dejando patente su intolerancia y escasez de empatía.

Me considero alguien detallista, desprendido, cariñoso y preocupado por el bienestar de los que me rodean hasta límites sorprendentes. Pues bien, os aseguro que estos dos son de lo más descuidado y olvidadizo. Pueden obviar tus fechas más importantes y trascendentes. Puedes llamarles mil veces en una semana porque necesitas algo y no devolverte la llamada. Puedo discutir con ambos acaloradamente sobre cualquier tema futbolístico, político, económico o familiar. Puedo pasar meses sin verlos, ni saber nada unos de otros. Pero a pesar de todos esos despropósitos, el par de cabrones me proporcionan momentos de felicidad colosales. Compartir con ellos mi tiempo es el placer más codiciado, la serenidad más deseada. Jamás conoceré ni seré conocido por nadie como por ellos. Y jamás nadie llegará a entendernos desde el exterior. Hemos creado un alfabeto propio, un idioma personal. Porque no necesitamos pedirnos perdón para perdonarnos, simplemente una media sonrisa soldará esa pequeña rotura. Porque estar a su lado es como vivir entre algodones, consciente de que andas por ahí protegido contra cualquier amenaza. Porque sus risas, su cariño y sus consejos me permiten caminar por el mundo con los ojos vendados pero seguro de andar por el sendero adecuado.

Después de cinco años esposado a la silla del amor y alejado de su calor, hoy doy gracias por poder seguir construyendo el lego de mi destino con la ayuda de sus manos, que colocan junto a las mías las piezas que sustentan mi castillo.

Por vosotros soplaré las nubes en días grises para que el sol os caliente. Por vosotros me situaré en primera línea de fuego para que las balas no os alcancen.

Porque los héroes están más cerca de lo que pensamos.

Para Mahoody y El Niño Desastre.

sábado, 9 de abril de 2011

De regreso

Ilusión que llamas insistente a mi puerta. Te marchaste con tu hatillo al hombro oteando el futuro con la vista al frente, prometiendo no volver, no mirar atrás, abandonándome una tarde de falsa primavera incrustada en un invierno helado, engañada por un sol de cartulina con olor a domingo de barbacoa y licencia para existir sólo por un día.
Ahora regresas cabizbaja y llena de humildad, regalándome aquello por lo que un día desenfundaste tu cuchillo para clavarlo en mi espalda por atreverme a pedírtelo prestado. Postrada en mi puerta con los nudillos ensangrentados por el incansable toc- toc suplicas, ruegas y ofreces tus mejores alhajas como moneda de cambio por mi perdón. A través de la mirilla intento reconocer tu rostro y creo adivinarte, pero no estoy seguro, así que vuelvo a observarte una y otra vez pero nada es nítido, permaneces encogida como un feto en el vientre materno arrinconada, sollozando y vomitando mi nombre incansable.

Tal vez muera de ganas por abrir mi puerta. Quizás sólo deseo dejarte pasar y volver a regalarme sin más, decirte que mi reino es tu reino y mi cuerpo el asfalto en el que clavar tus tacones. Pero aquél que durante tanto tiempo fue el bufón de tu corte, el juglar de tus momentos de tristeza, hoy exige como premio un reconocimiento mucho mayor que un par de monedas de oro.

Así que levanta, muéstrame tu faz para saber con quién trato y empieza a concienciarte de que esta vez serás tú quien tendrá de bailar para mí.