miércoles, 16 de marzo de 2011

Mi vieja amiga


Recorro el camino lejano y serpenteante que me lleva hasta ti. Otra vez lleno de ilusión, de propósitos, dispuesto a decirte todo lo que despiertas en mí cada vez que te miro. Sé que tengo una nueva oportunidad           y que ésta, como todas las anteriores, será breve y llena de extras que no hacen más que estorbarme, trabando mis palabras. Pero a pesar de todas las fuerzas que reúno en los meses que no te visito y de las promesas que me hago a mí mismo de mostrarte mi cariño, cada vez que me enfrento a ti el miedo me puede y tu silencio me sella los labios.
Entramos en tu nueva casa. Los pasillos son largos y curvilíneos. Huele a enfermedad, a quejidos, a pañal, a soledad, a muerte. Tienes un turba de ancianos por compañeros de piso que ignoran mi presencia, incluso me acusan con la mirada haciéndome culpable de mi juventud. Te rescato de su ingrata compañía y conduzco tu silla hacia un lugar apartado, tranquilo.
La familia se congrega a tu alrededor mientras tú observas asustada al ver tantos extraños. Todos se sientan y comienza la fiesta. Toman café y comen pasteles. Cuentan sus vidas y te olvidan. La rabia me gana la batalla pero debo controlarme. ¡Aquello parece un maldito funeral americano!
Cojo tu mano y beso tu frente que huele a recién nacido reclamando tu atención. Cuando tus ojos me encuentran una sonrisa aparece en tu rostro. Ellos siempre dicen que tú no te das cuenta, que ya no nos reconoces, pero yo sé que los engañas, sólo demuestras reconocer a quien quieres que se sienta reconocido. Mamá te pregunta si sabes quién soy y tú asientes levemente mientras aprietas los labios, un gesto sólo apreciable a escasa distancia, dejando claro que es cosa nuestra.Pero no hablas. Hace tiempo que decidiste que ya era suficiente, que habías superado con creces el cupo de palabras asignadas para una vida. Voluntario silencio, sabia decisión.
Mis ojos se clavan en los tuyos y me dispongo a decirte todo el agradecimiento que guardo dentro de mí, todo el cariño que pretendo devolverte. Cuidaste de mí como una madre y ahora yo no puedo hacer lo mismo por ti, porque te enviaron a vivir a ese odioso lugar con un nombre de cuento para enmascarar la realidad.
De repente me bloqueo, permanezco inmóvil sujetando tu mano y me dispongo a hablarte, pero las palabras nunca salen de mi boca, siempre ocurre lo mismo. Es como uno de esos sueños en los que alguien pretende matarte y tú eres incapaz de gritar y esa impotencia te crea una agonía insoportable. Te veo ahí, postrada en tu silla dependiendo de todos para todo, volviendo a ser pequeña, frágil, vulnerable. Sé que no deseas vivir así. Siempre has sido tan fuerte que esta dependencia te invita a desear conocer cuanto antes a la Parca. Así que deseo que este silencio provocado que nos dedicamos el uno al otro no sea más que un lenguaje inventado por los dos para que nadie nos escuche, para que nadie entienda lo que decimos. Tus cuerdas vocales ya no quieren vibrar más y tu mente está llena de borrones. Pero hoy es tu nonagésimo séptimo cumpleaños y yo quiero que mi regalo sea transmitirte en nuestro puente de miradas todo el amor que te tengo, todo el respeto que te guardo, toda la atención que te devuelvo.
Te quiero, te debo una vida y ya no me queda tiempo para dártela.
Deberíamos nacer ancianos y morir recién nacidos.

















lunes, 7 de marzo de 2011

Marioneta

Días intensos, días tristes.
El sol se cuela a través de las persianas cerradas acuchillando mis ojos. Cárcel voluntaria, auto castigo. Resaca de sobresaltos, de emociones límite, de arañazos estomacales.
Espectros del pasado intentan atraparme mientras me disipo entre la gente. Su rostro es árido, inerte, yermo de expresión, con mirada de Borges.
Mi cuerpo se hace volátil. Me convierto en humo que se mueve a velocidad vertiginosa aumentando la distancia. Huyo y pierdo el control. De pronto me estrello en tus labios. Labios deseados hace siglos, oasis de saliva que enciende el tambor de mi pecho. Me arrebatas las riendas del control y me desmayo. Me manejas a tu antojo y comienza el baile: ir y venir de un lado a otro, de negro a blanco. Jugáis conmigo como quien se turna a una puta. Una me arropa y cobija mientras la otra me tortura y me quema, cubriendo mi piel de ruina y heridas, maldita dulzura. Lucha de energías, polos opuestos disputándose las escrituras de mi ser. Y en ese devenir de sensaciones mis entrañas se contraen. Y aunque me divierte el juego el alma grita ¡basta!, retorciéndose de dolor. Al caos le sucede la ausencia. Me desplomo con el estruendo de una caída de mil metros. El suelo pone fin a mi viaje y jadeando levanto la mirada para encontrar sólo soledad. Soy el juguete de reyes de un niño que sólo utiliza el seis de enero para luego abandonarlo de nuevo en su caja. Supongo que este muñeco no merece tanta batalla, uno se cansa pronto de jugar con él tras haber escuchado un par de veces la canción que tintinea al darle cuerda.