domingo, 3 de octubre de 2010

Chupópteros


Quizás sería mejor no sentir. Tal vez mucho más fácil simplemente deambular, carne y huesos de paseo por la vida ajenos a cualquier tipo de emoción.
Hace algunos días que Morfeo no me visita, que no me invita a su cama de ébano rodeada de flores de adormidera. Me ha abandonado a merced de las garras del insomnio. El pitido de mi reloj de pulsera marca el paso de las horas en punto recordándome que ya queda menos para que regrese la mañana, que ya de bería estar profundamente dormido, pero no es así. Mi cuerpo lucha contra el sueño, no le permite que me aprese porque tiene miedo. Sabe que si le gana la batalla sólo me espera un largo paseo por el área más oscura de mi mente, esa que ha construído una ciudad llena de calles siniestras y edificios sombríos en los que habitan mis peores recuerdos, mis más acechantes angustias.
¿Alguna vez has sentido que te absorben? Esa sensación de vacío, como si cada movimiento en tu cuerpo no dependiese de ti, como si cada decisión que has de tomar no la ordenases tú, sino que depende de otro. Existen personas que aspiran tu energía, que se apoderan de tu vitalidad y la dejan fluir por su cuerpo como gasolina que hace funcionar el motor de un coche. Necesitan de ti para ser, para sentirse. Y cuando consigues separar sus colmillos de tu cuello caen al suelo desplomándose, como si dejasen de vivir, pero si no corres, si no te alejas de ellas lo suficiente, lograrán alcanzarte de nuevo, y de nuevo secarán tu cuerpo convirtiéndolo en un muñeco de trapo que manejarán a su antojo.Y entonces harán tuyos sus temores, sus inseguridades, sus miedos. Cada uno de sus problemas te pertenecerá. Se colgarán de ti como un coala abraza un árbol para dormir durante horas en su tronco, incrustando sus uñas en tu piel, aferrándose a tu cuerpo como modo de vida.Y si algún día tienes la suerte de liberarte, te aseguro que se habrán insertado tanto en tus entrañas que te costará vivir sin sentir su peso.
No sé en qué momento te apoderaste de mí. No soy consciente de cuándo ni cómo te entregué las escrituras de mi vida, ni de cuándo firmé la cesión de los derechos de mi alma, de mi libertad. Tan sólo sé que luché por tu amor contra ti misma, que tus flechas impactaron varias veces en mi cuerpo dejándolo herido y cansado, pero me levanté y seguí combatiendo. Y cuando logré darte alcance, cuando te tuve en mis brazos y pude agarrarte la mano para que caminases junto a mi, ya era tarde. El esfuerzo y las llagas eran demasiado grandes y la contienda desmesurada para ese premio.
Ahora me miro y sólo veo cicatrices enormes que me recuerdan la cruzada, pero que a la vez serán mi guía, el capitán que gobierne mi barco hasta las aguas del mar más apacible para navegar sereno por siempre. Y sí, habrá olas que lo hagan tambalearse, pero nunca volverá a naufragar.