viernes, 25 de julio de 2014

Ya no....


  Ya no escribo, ya no hay palabras en mi cabeza ni letras bailoteando entre mis dedos. Ya no hay conexión entre mi cerebro y mis manos. Se divorciaron, qué rareza. Ya no acaricio mi piano, sólo lo toco cuando le quito el polvo. Ya no leo, apenas aguanto una página derrotado física y psíquicamente cada noche. Ya no me deleito escuchando mis tan preciados vinilos ni le doy vida a mi exclusivo equipo de música.
   Mi vida se ha llenado de "ya no" y se centra única y exclusivamente en el trabajo. Un trabajo que para nada disfruto ni amo. Un trabajo que me acapara por completo y sólo me permite pensar en él. Me robotiza, me descarna, me extirpa los sentimientos.
  Frustrado, no hay mejor adjetivo para definir mi estado. Y ya se hace perecedero parece. Duele, pero más que doler jode ser un Don Nadie. Y no culpo a nadie que no sea yo mismo, único asesino de mí y de mis sueños. Cobarde por no apostar por nada al cien por cien. Me creí gato y me quedé en ratón. Soy populacho, soy zángano de colmena, soy espalda de latigazo. Soy lo que elegí ser por descarte, por querer ser todo y no llegar a la mitad de nada, por abandonar siempre el camino cuando la cuesta se inclinaba un poco. Por impaciente, por ansioso, por visceral, por gilipollas.
 Pero ya no. Ya no hay marcha atrás. Ya no hay nada que resolver. Ya no hay sueños de grandeza. Ya nadie escucha mi cuento. Ya no sé hacia dónde marcha mi sino ni creo que se deje asesorar por brújula alguna.
  Lo siento madre, pensé que podía llegar a conseguirlo pero no pude. Lo siento padre, intenté ser grande como tú pero me hayo a años luz de tu bondad, esa que consigue que seas tan exclusivo. Lo siento hermano, por no poder cuidar de mis sobrinos como un tío debe hacer.
   Ya no lucharé más, ya no soñaré imposibles. Llegó la hora de aceptar. Anhelaba ser alguien, pero YA NO.

viernes, 21 de febrero de 2014

Zombies de Pasillo

Cárcel de luz, calor de crematorio. Zombies en pasillos corredores de muerte creados para caminantes sin dirección, para observadores de trapos desentendidos de moda en busca de oro a precio de estiércol. Multitud de minigrupos pertenecientes a bandas asesinas de la palabra, amantes del parloteo y del "te has enterado de que..." Saludan y mienten con la sonrisa. Si te giras raudo cazarás la verdad. Empleados contratados al asilo de una amistad interesada clavan sus zapatos en este suelo color ceniza como estatuas humanas de la calle pero sin mérito, por dejadez, por desidia, por desamor al movimiento. Bostezan, charlan de nada y se atreven a considerar que merecen más. Dame mi uniforme y déjame dormir. Remuneración a cambio de cero, ganancia sin sudor, trueque desmesurado.
En la megafonía música enlatada vacía de sentimiento, sin nada que aportar, acompañamiento ausente. Versiones desganadas de greatest hits ni siquiera dignas de verbena. De pronto una voz interrumpe la única canción casi merecedora de ser escuchada, seguro que no es casualidad. Es esa pareja otra vez. Ella anuncia una oferta y él te persuade de que has de comprar ese maravilloso producto, porque lo necesitas para vivir, para ser aceptado. Inglés bien pronunciado con énfasis poco creíble. Raras veces me detengo a pensar acerca de este circo escaparate de moda en el que habitamos y del que formo parte activa. Colecciones de prendas en nuestros armarios cuelgan como jamón de secadero, algunas sin degustar aún. Se ha perdido el rumbo de la esencia, se murió el alma. Sólo queda belleza adquirida a precio de coste. Superpuesta, cosida o inyectada. Belleza por sexo, por competición animal de aceptación en la manada, carrera de redes sociales en busca de autoestima. Antes se sonreía a las personas, ahora al ordenador o al smartphone. Estamos perdidos, hemos muerto y ya empieza a oler desde lejos.

domingo, 19 de enero de 2014

About LOVE

                                                                                      






 

jueves, 26 de diciembre de 2013

A la Lata

De vuelta. Pasos hacia atrás. O quizás avanzo. O tal vez sólo me balanceo como en columpio de parque hasta que la inercia desfallezca agotada y recupere mi lugar, ese que nunca abandoné. Callaron las fanfarrias y el oro se tornó caucho. Dejé de ser héroe y ahora mi rostro cuelga en los muros de la ciudad con un "Se Busca" como lema. No perdáis el tiempo, no hay recompensa alguna. Ya los niños no me observan admirados sentados en el suelo del escenario. Ya nadie quiere mis autógrafos. Me convertí en un "Buag". En emoticono de WhatsApp que vomita de asco.Seré tormenta de arena, fugaz y ligera, intensa en breve espacio de tiempo y olvidada en seguida. Mientras, en la transición me siento, me miran, me apuntan, disparan. Blablablás, verborrea demagógica. Opiniones no solicitadas y derecho al lapidar  adquirido en barraca de feria con título dudoso. Aguanto, respiro, respondo, expongo, defiendo, respeto, empatizo, asiento, dudo, padezco, callo. Encajo los golpes con entereza. Camuflo el dolor. Los valientes tambíén sufrimos. Elegir ser el que corta el cordón no exime de carga alguna. No indulta ni dispensa. Y al contrario, colma de culpas y conciencia. Fui yo quien perdió a su ángel, porque decidí que no era mio, porque se merece volar en azul y no caminar en un mundano lugar con un vulgar ser en cuya esencia predomina el negro.
Seguiré luchando por mí. Siempre fue mi premisa. Me vuelvo a mi lata a raspar el moho de mis esencias olvidadas. A recuperar el brillo de mis conservas, hechas de libros y música, de soledad y seres únicos, de los soñadores que me acompañan capaces como yo de percibir la forma curiosa de las nubes, de sentir la vida en la brisa de un suspiro de mar en las mejillas. El olor amarillo de las hojas de mis libros me reclama. Mis dedos añoran mi pequeño teclado que ahora soniquetea a lo lejos para mostrarme el camino de regreso a casa, de vuelta a mi lata.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Ilustre Ignorante


  Quieto, sentado. Imaginaré que en una mecedora, con una manta de cuadros sobre mis rodillas mientras sujeto un libro en una mano y una taza de café humeante, cremoso, de color beige, en la otra. Imaginaré que llueve, que es domingo y que tengo, digamos, 65 años. ¿Curioso verdad? Curioso que a mis 33 desee ser viejo. Pero cansa tanto esta vida, es tan tedioso este sendero. Es tan "lunes" este destino universal e irremediable que sólo me sosiega pensar en llegar. Dejar de aprender para de una vez saber. Pero parece que cuanto más conozco menos creo, menos ilusión queda, menos sorprendente es todo, menos fe se conserva y menos se espera de todo, de todos, de mí. Tengo la sensación de haber vivido mil vidas y aún no alcanzo ni media. Me gustaría desaprender, deshacer, desvivir. Introducir un bolígrafo en el agujero del cassette de mi vida y rebobinarla hasta  llegar al tope. Pero no al principio, sino al final. Porque todo lo aprendido, hecho y vivido hasta ahora no me agasaja con fardos de optimismo.
   Si tuviera la opción, elegiría el silencio. Que me arranquen la lengua, no deseo más que escuchar, como nadie me escucha. Si tenemos dos orejas y una boca es para escuchar el doble de lo que hablamos, dice el proverbio.
  Quiero ser mayor, quiero ser sabio, quiero tocar el piano con los ojos cerrados, haber leído milquinientossetentaynueve millones de libros y escuchado otros tantos billones de canciones. Haber vivido en al menos cinco países y hablar todos sus idiomas. Saber cocinar, ser experto en psicología y saber situar en el mapa cada ciudad del mundo. Sin embargo no sé prácticamente de nada, ni soy experto en ninguna cosa. No poseo ningún talento, ni tengo destreza en ningún arte. Simplemente deambulo por los días quizás esperando a que dentro de mucho alguien me diga: "ya está, ya pasó, ya llegaste". Y entonces me quedaré quieto, sentado. En una mecedora con una manta, un libro y un café. Y aunque seguramente no haya conseguido nada de lo propuesto hasta entonces, ese será mi momento, ese en el que podré invertir todo mi tiempo en conseguir todo lo que ahora codicio pero no puedo alcanzar. Porque vivir se ha convertido en una obligación continua para el ser humano, olvidado de su esencia, de sentir verdaderamente, de cerrar los ojos y dejarse mecer por una bella melodía, de salir a respirar profundo para sentirse libre, olvidado de enamorarse de cientos de detalles minúsculos que erizan el vello.
   Dicen que cada uno es dueño de su destino. No hay falacia más grande ya dicha ni pendiente de decir.


jueves, 14 de marzo de 2013

...Y comieron perdices



         Un día hace muchos años mis ojos decidieron que esa chica que paseaba esa perrita de color negro era muy linda. Y mi cuerpo me contó que se moría de ganas por acercarse a ella y ver qué tal olía, cómo era el tacto de su piel... Mis labios me susurraron que necesitaban besarla y mis brazos rodear su cintura. Así que, a mi manera, le pedí permiso para entrar y ella, algo reticente al principio, acabó por entreabrir la puerta lo suficiente para que yo pudiese colarme. Todo marchó bien, fueron meses de encuentros eternos, buscando intimidades robadas, deshaciéndonos en caricias desatadas y latidos a ritmo de samba. No importaba otra cosa más que ser uno entre los dos. 

        Los años pasaron rápido, demasiado. Mi inquietud por conocerlo todo, propia de la inmadurez del macho humano, destrozó sin pleitesía ni decoro aquel fruto de color rojo fuego que emergió de nuestro particular cuento. Y se volvió negro, lo hice marchito y lo torné oscuro y amargo. Clavé mis garras depredadoras de almas y me convertí en coleccionista de historias ínfimas, de diversiones desechables. Y le infringí a la mitad de ese que fue un único ser el daño más injusto y tortuoso que pudo alcanzar mi inconsciencia. 
         Pero la vida jugó bien sus cartas. Y decidió tomar parte en este asunto para enseñarme el camino a casa al ver que andaba desorientado. Aunque no quiso pasar por alto hacerme sufrir en mis propias entrañas todo el dolor que a ella regalé sin merecerlo.
       

       Pasó el huracán. Y lo único que sobrevivió cuando todo se rompió en mil pedazos fui yo. Mi yo más esencial, desprovisto de todos los aliños que la tentación añadió para cocinarme el jugoso plato que me resultaba tan apetitoso pero que se convirtió en mi veneno. Y cuando pude respirar tranquilo al reencontrarme con el niño que fui y que ahora ya era un hombre, me asaltó la sensación de echar algo de menos, como un puzzle que no es nada sin su pieza final, como un mecanismo complejo que no funciona sin su adecuado interruptor. Y miré a un lado. Y al otro. Pero no vi nada. Sólo cuando volví la vista atrás lo comprendí: Había recuperado la ilusión con la que nací, la alegría por la que todo el mundo me conoce y que me hace característico. Mi madurez y mis fracasos habían añadido sensatez, sinceridad y compromiso. Me hice defensor de mis principios y me puse la empatía por bandera. Dejé de pensar en mí y decidir regalar todas las ganas de ser feliz a los que rodean mi pequeño círculo del cariño. Y sólo entonces encontré lo que sin saber buscaba. Me topé con esa pieza que completaba mi puzzle arrumbada en un cajón, a punto de perderse para siempre y sin apenas recuerdos de mí. Así que puse todo mi empeño en recordarle que necesitamos el uno del otro, que sólo podemos ser si somos juntos. Y me costó tardes y ruegos convencerla, pero así debía ser.
       

         Ahora que he conseguido que se quede aún la encuentro a veces mirándome de reojo, desconfiada, como un felino alerta por si ese humano no trae buenas intenciones. Y la entiendo, pero no me cansaré de luchar hasta que comprenda que todos estos años separados no han sido más que un paréntesis, algo que puedes dejar de leer sin que el relato pierda sentido pero que es necesario para completar la información.
Y estoy convencido de que pronto conseguiré que esa pieza se decida a encajar para que este cuento siga su curso desde donde se quedó hace tanto tiempo, para hilar un camino que nos lleve a ese tan anhelado final:  ...Y comieron perdices.


domingo, 17 de febrero de 2013

Spasiva

Verde es el color que se le atribuye al dinero, así se dibuja en nuestra mente cuando pensamos en él. Supongo que el siempre cabecilla de las monedas del mundo es el responsable. Maestro Dólar.
De cualquier forma o color, el caso es que a mí el ansiado por todos dinero se me torna cada vez más oscuro. Y cuando cierro los ojos lo diviso de un rojo intenso, violento como sangre que brota a borbotones de un recién asestado hachazo. A veces púrpura como piel de berenjena. O negro, como la de los esclavos que trabajaban las tierras de los adinerados americanos del Mississippi. Subyugado, sometido, siervo.... Me siento la puta maniatada a la pata de una cama de una austera y lúgubre habitación de motel de carretera de cartel luminoso tintineante. Dejada, desnutrida y maltratada esperando a ser follada por estos nuevos ricos con manos desbordadas de billetes prensados que se asfixian en sus bolsillos como el aficionado en primera fila de una avalancha. Es harto curioso como el poder de esos pequeños arrugados aumenta a la par que disminuye la educación de sus dueños convirtiéndose en amos amantes del atroz latigazo, del dirigirse a los demás con un simple levantar de índice o un mal pronunciado "oye" que se supone ha de encender mi máxima atención ante los deseos de este supuesto ser superior.
Así que del ocaso a la aurora boreal me he convertido en el mandingo de rusos y árabes que llegan a molestarse por no dominar su idioma siendo ellos los que han invadido mi tierra. Y la exquisita educación que me brindaron mis padres rebota siendo eco en las paredes de sus huecas cabezas para acabar muriendo en el suelo . Y mis "buenos días", mis "porfavores" y mis agradecimientos vagabundean por el aire en busca de algún oído que los adopte, desconocedores de que sólo el orfanato de la mala educación les aguarda.
Agacho mi cabeza y asiento. Saludo, agradezco y les brindo un inglés bien pronunciado a cambio de silencios, reproches, exigencias y un inglés propio de un andaluz borracho.
Sigan fustigándome. Continúen con su empeño en creer que son entes supremos. Este españolito del montón seguirá brindándoles buenos modales y exquisita educación. No trueco su dinero por mi saber estar. Compadezco a sus señoras y sobre todo a sus hijos, por tan rica herencia económica pero tan pobre legado humano. Pero ante todo no les culpo. Este mi país es responsable de hacerles creer que su fortuna puede poseer este paraíso que es nuestra patria y despreciar a su gente.
Muchas gracias, Spasiva, Merci, Danke, Thanks a lot... Y les deseo que ganen tanto dinero que un día enciendan un cigarro y se les queme todo en un estornudo.