viernes, 5 de marzo de 2010

No words


Veinticuatro horas ininterrumpidas en silencio, en absoluto y sepulcral silencio. Malgasto el día esputando palabras sin más, sin escuchar lo que mal digo, sin pensarme antes de hablar. Me detendré, respiraré profundo observando como mi pecho marca el ritmo que le dicta la melodía de mi sosiego, mientras el sonido del aire atravesando mi nariz acompasa su vaivén... Reposo, quietud. Aprovecha, hoy mis oídos se entregarán a ti, me concentraré en eschuchar cada historia que me cuentes, cada suceso de tu vida por tedioso y trivial que me parezca se convertirá en mi aliento. Y entretanto te oigo, mis ojos se clavarán en los tuyos para formar el puente que permita a mi mirada viajar a tu adentro. Y podré así dar un paseo por la alameda de tus entrañas y navegar por los senderos de tus venas a través del caudal de tu sangre. Y mantendré la vista atenta para conocer cada resquicio de tu ser, cada hendidura de tu cuerpo. Y cuando llegue al centro de tu más íntima esencia me sentaré a conocer tu verdad, la auténtica, la genuina, la original, la innegable, no esa que te empeñas en hacerme creer a diario, no esa que interpretas desde hace tanto en tu escenario-escaparate y que se ha convertido en tu pequeña guarida de apariencias, en el cancerbero de tus franquezas.
Hoy mi lengua no llevará a cabo sus piruetas, mis cuerdas vocales no tocarán el gong de los sonidos y mis labios serán la sutura de mi cuerpo, ni siquiera un murmullo logrará escabullirse. Sólo prestaré atención.

No hay comentarios:

Publicar un comentario