domingo, 10 de enero de 2010

Nino


Tan grande pero tan pequeño, no importa la edad que tenga, siempre será pequeño. Se sienta, me mira fijamente, es atigrado aunque el blanco se mezcla en su cara recorriendo su cuerpo hasta sus pies, como si llevara calcetines. Sus ojos de un amarillo intenso producen miedo y ternura a la vez, curiosa fusión. Por la mañana me despierta con un gritito desesperado exigiendo que me levante para llenar su comedero, pero por la noche acomoda su redondo cuerpo junto al mío para sentir mi calor y regalarme el suyo. Si observa que me visto para marcharme me regaña por abandonarle y si se queda todo el día solo me lo reprocha cuando llego a casa. Él es quien manda, quien decide si hoy podré acariciarle regalándome un ronroneo o por el contrario es momento de un mordisco. Cuando me siento en el sofá me ofrece su compañía y en esas largas horas de estudio duerme a mi lado para que no me sienta tan solo, y cuando me ve llorar acerca su fría y pequeña nariz a mis lágrimas como si pretendiese secarlas. Travieso, independiente, incluso algo desagradecido pero entrañable. Goloso, caprichoso, su tacto es suave e inexplicablemente siempre huele a recién lavado, Se mueve despacio, curioseando cada rincón de la casa como si fuese la primera vez que se lo cruza. Ahora ronca plácidamente a mi lado mientras escribo estas líneas, inconsciente de lo que le digo, disfrutando de mi calor mientras le acaricio intermitentemente, marcando siempre la distancia, decidiendo cuando mi mano puede o no acercarse a su peludo cuerpo. Sé que me escucha, sé que me siente, sé que lo sabe, sé que siempre me acompañará y sabe que siempre lo cuidaré, me lo dice el movimiento de su larga cola que parece tener vida propia cuando le hablo.

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